PRIMER LIBRO DE ENOC Y SU PERTINENCIA. CAPÍTULO 14

 Este es el capítulo 14 del primer libro de Enoc. En él conoceremos lo que sucedió en el principio de todas las cosas, una vez que un grupo de ángeles se rebeló en contra de DIOS ALTÍSIMO.

Ellos, los ángeles rebeldes, introdujeron en el mundo conocimientos que solo tenían cabida en el ámbito celestial, pero que nunca debieron ser revelados a los hombres. Este conocimiento indujo a los humanos a practicar cosas malas, que eran desagradables delante de DIOS.

Por ello DIOS les impuso un castigo:

  1. Su petición hecha a través de Enoc no sería concedida.
  2. Nunca más podrían subir al cielo y serían encadenados.
  3. DIOS ALTÍSIMO ejecutaría un juicio en contra de ellos y 
  4. Sus hijos, concebidos de manera inapropiada y en rebeldía, a la Voluntad de DIOS, serían destruidos.

Luego, al final del capítulo, Enoc cuenta cómo fue llevado al cielo donde DIOS habita y lo que pudo ver.

Escuchemos.

 

PRIMER LIBRO DE ENOC

CAPÍTULO CATORCE


 Este es el libro de las palabras de la verdad y de la reprensión de los Vigilantes que existen desde siempre según lo ordenó el Gran Santo en el sueño que tuve.
 En esta visión vi en mi sueño lo que digo ahora con la lengua de carne, con el aliento de mi boca, que el Grande ha dado a los humanos para que hablen con ella y para que comprendan en el corazón. Así como Dios ha creado y destinado a los hijos de los hombres para que entiendan las palabras de conocimiento, así me ha creado, hecho y destinado a mí para que reprenda a los Vigilantes, a los hijos del cielo.

 Vigilantes: yo escribí vuestra petición y en una visión se me reveló que no será concedida nunca y que habrá juicio por decisión y decreto contra vosotros,  que a partir de ahora no volveréis al cielo y por todas las épocas no subiréis,  porque ha sido decretada la sentencia para encadenaros en las prisiones de la tierra por toda la eternidad.

Pero antes veréis que todos vuestros seres queridos irán a la destrucción con todos sus hijos y las riquezas de tus seres queridos y de sus hijos no las disfrutaréis y ellos caerán en vuestra presencia por la espada de destrucción.  Pues vuestra petición por ellos ni la petición por vosotros serán concedidas. Continuaréis pidiendo y suplicando y mientras lloráis no pronunciéis ni una palabra del texto que he escrito.

Esto me fue revelado en la visión: He aquí que las nubes me llamaban, la neblina me gritaba y los relámpagos y truenos me apremiaban y me despedían y en la visión los vientos me hacían volar, me levantaban en lo alto, me llevaban y me entraban en los cielos.
 Entré en ellos hasta que llegué al muro de un edificio construido con piedras de granizo, rodeado y cercado completamente con lenguas de fuego que comenzaron a asustarme.
Entré por esas lenguas de fuego hasta que llegué a una casa grande construida con piedras de granizo cuyos muros eran como planchas de piedra; todas ellas eran de nieve y su suelo estaba hecho de nieve.

Su techo era como relámpagos y trueno y entre ellos querubines de fuego y su cielo era de agua.  Un fuego ardiente rodeaba todos sus muros cercándolos por completo y las puertas eran de fuego ardiente.

Entré en esta casa que era caliente como fuego y fría como nieve. No había en ella ninguno de los placeres de la vida. Me consumió el miedo y el temblor se apoderó de mí.
Tiritando y temblando caí sobre mi rostro y se me reveló una visión:  He aquí que vi una puerta que se abría delante de mí y otra casa que era más grande que la anterior, construida toda con lenguas de fuego.  Toda ella era superior a la otra en esplendor, gloria y majestad, tanto que no puedo describiros su esplendor y majestad.
 Su piso era de fuego y su parte superior de truenos y relámpagos y su techo de fuego ardiente.

 Me fue revelada y vi en ella un trono elevado cuyo aspecto era el del cristal y cuyo contorno era como el sol brillante y tuve visión de querubín.
 Por encima del trono salían ríos de fuego ardiente y yo no resistía mirar hacia allá.
 La Gran Gloria tenía sede en el trono y su vestido lucía más brillante que el sol y más blanco que cualquier nieve;  ningún ángel podía entrar verle la cara debido a la magnífica Gloria y ningún ser de carne podía mirarlo.

Un fuego ardiente le rodeaba y un gran fuego se levantaba ante Él. Ninguno de los que le rodeaba podía acercársele y multitudes y multitudes estaban de pie ante Él y Él no necesitaba consejeros. Y las santidades de los santos que estaban cerca de Él no se alejaban durante la noche ni se separaban de Él.

Yo hasta este momento estaba postrado sobre mi rostro, temblando y el Señor por su propia boca me llamó y me dijo: "Ven aquí Enoc y escucha mi Palabra".
 Y vino a mí uno de los santos, me despertó, me hizo levantar y acercarme a la puerta e incliné hacia abajo mi cabeza.



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