LIBRO DE REVELACIONES
Las Sagradas Escrituras
Libro de las Revelaciones
Capítulo Uno
La
revelación de Yahshúa El Ungido, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su
ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del
testimonio de Yahshúa El Ungido, y de todas las cosas que ha visto.
Bienaventurado
el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas
en ella escritas; porque el tiempo está cerca.
Juan,
a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y
que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de
su trono; y de Yahshúa El Ungido el testigo fiel, el
primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra.
Al
que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y
nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio
por los siglos de los siglos. Amén.
He
aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le
traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por
él. Sí, amén.
Yo
soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que
era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Yo
Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y
en la paciencia de Yahshúa El Ungido, estaba en la isla llamada Patmos, por
causa de la palabra de Dios y el testimonio de Yahshúa El Ungido.
Yo
estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como
de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el
primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete
iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis,
Filadelfia y Laodicea.
Y
me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de
oro, y en medio de los siete candeleros, a uno
semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los
pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
Su
cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos
como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente
como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Tenía
en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos;
y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
Cuando
le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome:
No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he
aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la
muerte y del Hades.
Escribe
las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
El
misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete
candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y
los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.
Libro de las Revelaciones.
Capítulo Dos
Escribe
al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su
diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo
conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a
los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los
has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido
paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has
desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu
primer amor.
Recuerda,
por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues
si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te
hubieres arrepentido. Pero tienes esto, que aborreces
las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.
El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere,
le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de
Dios.
Escribe
al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo
muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu
tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se
dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás.
No
temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de
vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez
días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere,
no sufrirá daño de la segunda muerte.
Y
escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos
filos dice esto: Yo conozco tus obras, y dónde moras,
donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe,
ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros,
donde mora Satanás.
Pero
tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina
de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a
comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación.
Y
también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo
aborrezco. Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré
a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca.
El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere,
daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la
piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo
recibe.
Y
escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: El Hijo de Dios, el que tiene ojos
como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto: Yo
conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras
postreras son más que las primeras.
Pero
tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que
se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas
sacrificadas a los ídolos.
Y
le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su
fornicación.
He
aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran,
si no se arrepienten de las obras de ella. Y a sus
hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña
la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.
Pero
a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa
doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás,
yo os digo: No os impondré otra carga; pero lo que
tenéis, retenedlo hasta que yo venga.
Al
que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las
naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán
quebradas como vaso de alfarero; como
yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la
estrella de la mañana.
El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Libro
de las Revelaciones.
Capítulo
Tres
Escribe al ángel de la iglesia en
Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice
esto:
Yo conozco tus obras, que tienes
nombre de que vives, y estás muerto. Sé
vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado
tus obras perfectas delante de Dios.
Acuérdate, pues, de lo que has
recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti
como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.
Pero tienes unas pocas personas en
Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras
blancas, porque son dignas. El que
venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro
de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus
ángeles. El que tiene oído, oiga lo que
el Espíritu dice a las iglesias.
Escribe al ángel de la iglesia en
Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David,
el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:
Yo conozco tus obras; he aquí, he
puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque
aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.
He aquí, yo entrego de la sinagoga
de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he
aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he
amado. Por cuanto has guardado la
palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha
de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra.
He aquí, yo vengo pronto; retén lo
que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que venciere, yo lo haré columna en el
templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre
de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual
desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias.
Y escribe al ángel de la iglesia en
Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la
creación de Dios, dice esto.
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni
caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca.
Porque
tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad;
y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Por
tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas
rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de
tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.
Yo
reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo.
Al que
venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y
me he sentado con mi Padre en su trono.
El que
tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Libro
de las Revelaciones-
Capítulo
Cuatro
Después de esto miré, y he
aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta,
hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán
después de estas.
Y al instante yo estaba en
el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno
sentado. Y el aspecto del que estaba
sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del
trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda.
Y alrededor del trono
había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos,
vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Y del trono salían relámpagos y truenos y
voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los
siete espíritus de Dios.
Y
delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al
trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y
detrás.
El
primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un
becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un
águila volando. Y los cuatro seres
vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de
ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios
Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.
Y
siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al
que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los
veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y
adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante
del trono, diciendo: Señor, digno eres
de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas,
y por tu voluntad existen y fueron creadas.
Libro de las Revelaciones-
Capítulo Cinco
Y miré, y vi que en medio
del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba
en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los
cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra.
Y vino, y tomó el libro de
la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro
seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero;
todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de
los santos; y cantaban un nuevo cántico,
diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste
inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y
pueblo y nación; y nos has hecho para
nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Y miré, y oí la voz de muchos ángeles
alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número
era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es
digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la
gloria y la alabanza.
Y a todo lo creado que está en el cielo, y
sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en
ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la
alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
Libro de las Revelaciones-
Capítulo Seis
Vi cuando el Cordero abrió uno de
los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de
trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un
caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y
salió venciendo, y para vencer.
Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo
ser viviente, que decía: Ven y mira. Y
salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de
la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada.
Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser
viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que
lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres
vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de
cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino.
Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del
cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que
lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada
potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre,
con mortandad, y con las fieras de la tierra.
Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar
las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por
el testimonio que tenían. Y clamaban a
gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas
nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les
dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el
número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como
ellos.
Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí
hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna
se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra,
como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.
Y el cielo se desvaneció como un
pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los
ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron
en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las
peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado
sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y
quién podrá sostenerse en pie?
Libro de las Revelaciones
Capítulo Siete
Después de esto vi a cuatro
ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro
vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra,
ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también
a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y
clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de
hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No
hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado
en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí
el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las
tribus de los hijos de Israel. De la tribu de
Judá, doce mil sellados. De la tribu de Rubén, doce mil sellados. De la tribu
de Gad, doce mil sellados. De la tribu de Aser,
doce mil sellados. De la tribu de Neftalí, doce mil sellados. De la tribu de
Manasés, doce mil sellados. De la tribu de Simeón,
doce mil sellados. De la tribu de Leví, doce mil sellados. De la tribu de
Isacar, doce mil sellados. De la tribu de Zabulón,
doce mil sellados. De la tribu de José, doce mil sellados. De la tribu de
Benjamín, doce mil sellados.
Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Entonces uno de los
ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes
son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú
lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran
tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre
del Cordero. Por esto están delante del trono de
Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el
trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no
tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque
el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a
fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de
ellos.
Libro de las Revelaciones
Capítulo Ocho
Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas. Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.
Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.
El primer ángel tocó la
trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados
sobre la tierra; y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda la
hierba verde.
El segundo ángel tocó
la trompeta, y como una gran montaña ardiendo en fuego fue precipitada en el
mar; y la tercera parte del mar se convirtió en sangre. Y
murió la tercera parte de los seres vivientes que estaban en el mar, y la
tercera parte de las naves fue destruida.
El tercer ángel tocó la
trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha,
y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y
el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se
convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se
hicieron amargas.
El cuarto ángel tocó la
trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y la tercera parte de la luna,
y la tercera parte de las estrellas, para que se oscureciese la tercera parte
de ellos, y no hubiese luz en la tercera parte del día, y asimismo de la
noche.
Y miré, y oí a un ángel
volar por en medio del cielo, diciendo a gran voz: ¡Ay, ay, ay, de los que
moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para
sonar los tres ángeles!
Libro de las Revelaciones
Capítulo Nueve
El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una
estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del
abismo. Y abrió el pozo del abismo, y
subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire
por el humo del pozo. Y del humo
salieron langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como tienen poder los
escorpiones de la tierra. Y se les mandó
que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún
árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus
frentes. Y les fue dado, no que los
matasen, sino que los atormentasen cinco meses; y su tormento era como tormento
de escorpión cuando hiere al hombre. Y
en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y
ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos.
El aspecto de las langostas era semejante a
caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de oro;
sus caras eran como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer; sus
dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de
sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la
batalla; tenían colas como de
escorpiones, y también aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los
hombres durante cinco meses. Y tienen
por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en
griego, Apolión.
El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos
ayes después de esto.
El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz
de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta:
Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que
estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera
parte de los hombres. Y el número de los
ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número. Así vi en visión los caballos y a sus jinetes,
los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre. Y las cabezas de los
caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre.
Por estas tres plagas fue muerta la
tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de
su boca. Pues el poder de los caballos
estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes,
tenían cabezas, y con ellas dañaban.
Y los otros hombres que no fueron muertos con
estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron
de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de
piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de
sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos.
Libro de las Revelaciones
Capítulo Diez
Vi descender del
cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su
cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego.
Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho
sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un
león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces.
Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba
a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los
siete truenos han dicho, y no las escribas.
Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre
la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de
los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las
cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no
sería más, sino que en los días de la
voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de
Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas.
La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve
y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre
el mar y sobre la tierra.
Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me
dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como
la miel.
Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y
era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi
vientre.
Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre
muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.
EL LIBRO DE LAS REVELACIONES.
CAPÍTULO ONCE
Entonces me fue dada una caña semejante a una
vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y
a los que adoran en él. Pero el patio
que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido
entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos
meses. Y daré a mis dos testigos que
profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio.
Estos testigos son los dos olivos, y los dos
candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la
boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe
morir él de la misma manera.
Estos tienen poder para cerrar
el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder
sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda
plaga, cuantas veces quieran. Cuando
hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra
ellos, y los vencerá y los matará.
Y sus cadáveres estarán en la
plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto,
donde también nuestro Señor fue crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y
naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean
sepultados.
Y los moradores de la tierra
se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros;
porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. Pero después de tres días y medio entró en
ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y
cayó gran temor sobre los que los vieron.
Y oyeron una gran voz del
cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus
enemigos los vieron. En aquella hora
hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el
terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se
aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo.
El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay
viene pronto.
El séptimo ángel tocó la
trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo
han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos
de los siglos.
Y los veinticuatro ancianos
que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus
rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te
damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de
venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado.
Y se airaron las naciones, y
tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a
tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los
pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.
Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo.
EL LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO DOCE
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento.
También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra.
Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días.
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo.
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Elegido; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos.
¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.
Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo.
Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por el río. Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca.
Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Yahshúa el Mesías.
EL LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO TRECE
Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo.
Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad.
Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?
También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos.
También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.
Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los santos.
Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.
También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió.
Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre.
Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis.
EL LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO CATORCE
Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente.
Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes.
Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.
Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.
Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.
Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
EL LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO CATORCE
Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente.
Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes.
Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.
Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.
Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.
Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Yahshúa. Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.
Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.
Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.
LIBRO DE LAS
REVELACIONES
CAPÍTULO QUINCE
Vi en el cielo otra señal, grande y admirable:
siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se
consumaba la ira de Dios.
Vi también como
un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria
sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre
el mar de vidrio, con las arpas de Dios.
Y cantan el
cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y
maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son
tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién
no te temerá, oh Señor, y glorificará tu Nombre? pues solo tú eres Santo; por
lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han
manifestado.
Después de
estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo
del testimonio; y del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete
plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del
pecho con cintos de oro.
Y uno de los
cuatro seres vivientes, dio a los siete ángeles siete copas de oro llenas de la
ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo por la gloria de
Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen
cumplido las siete plagas de los siete ángeles.
LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÌTULO DIECISÉIS
Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete
ángeles: Vayan y derramen sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.
Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino
una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la
bestia, y que adoraban su imagen.
El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y este se
convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar.
El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos y, sobre las
fuentes de las aguas y, se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo
eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas
cosas.
Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los
profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a
otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus
juicios son verdaderos y justos.
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue
dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran
calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y
no se arrepintieron para darle gloria.
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la
bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus
dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras.
El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates;
y el agua de este se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes
del oriente.
Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la
bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de
ranas; pues son espíritus de demonios,
que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para
reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso.
He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela,
y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. Y los reunió en el lugar que en hebreo se
llama Armagedón.
El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una
gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y
un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde
que los hombres han estado sobre la tierra.
Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las
ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante
de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira. Y toda isla huyó, y
los montes no fueron hallados. Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme
granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por
la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande.
LIBRO DE LAS REVELACIONES.
CAPÍTULO DIECISIETE
Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, se
acercó a mí y me dirigió la palabra: Ven que te muestre el castigo de la gran
prostituta, sentada a la orilla de los grandes ríos, con la que fornicaron los
reyes del mundo, y con el vino de su prostitución se embriagaron los habitantes
del mundo.
Me trasladó en éxtasis a un desierto. Allí vi una mujer
cabalgando una fiera color escarlata, cubierta de títulos blasfemos, con siete
cabezas y diez cuernos. La mujer vestía de púrpura y escarlata, enjoyada de
oro, piedras preciosas y perlas.
En la mano sostenía una copa de oro, llena de las
obscenidades e impurezas de su fornicación. En la frente llevaba un título
secreto: Babilonia la Grande, madre de las prostitutas y las obscenidades de la
tierra. Vi a la mujer emborrachada con la sangre de los santos, y la sangre de
los testigos de Yahshúa. Me llené de estupor a su vista.
El ángel me dijo: ¿De qué te admiras? Te explicaré el
secreto de la mujer y de la fiera que la soporta, la de las siete cabezas y los
diez cuernos.
La fiera que viste existió y ya no existe, pero va a subir
del abismo para ser aniquilada.
Los habitantes del mundo, cuyos nombres no están escritos
desde el principio del mundo en el libro de la vida, se asombrarán al ver que la
fiera existió y no existe y se va a presentar.
¡Aquí se pondrá a prueba el talento del perspicaz! Las
siete cabezas son siete colinas, donde está entronizada la mujer. Son también
siete reyes: Cinco han caído, uno está reinando, otro no ha llegado aún; cuando
venga, durará poco.
La fiera que existía y no existe, ocupa el octavo puesto,
aunque es uno de los siete, y será destruida.
Los diez cuernos que viste son diez reyes que todavía no
reinan; pero durante una hora compartirán con la fiera la autoridad. Tienen un
solo propósito, y someten su poder y autoridad a la fiera.
Lucharán contra el Cordero, pero el Cordero los derrotará,
porque es Señor de señores y Rey de reyes, y los que él ha llamado son elegidos
y leales.
Añadió. Los ríos que viste, donde está sentada la
prostituta, son pueblos, multitudes, naciones y lenguas.
Los diez cuernos que viste y la fiera, aborrecerán a la
prostituta, la dejarán arrasada y desnuda, se comerán su carne y la quemarán. Porque
Dios los ha movido a ejecutar su designio, aunando propósitos y sometiendo sus
reinos a la fiera, hasta que se cumplan los planes de Dios.
La mujer que viste es la gran capital, soberana de los
reyes del mundo.
EL LIBRO DE LAS REVELACIONES.
CAPÍTULO DIECIOCHO
Después vi bajar del cielo a otro ángel, con gran
autoridad, y la tierra se deslumbró con su resplandor. Gritó con voz potente:
¡Cayó, cayó la Gran Babilonia! Se ha vuelto morada de demonios, guarida de toda
clase de espíritus inmundos, guarida de toda clase de aves impuras y
repugnantes, porque todas las naciones han bebido del vino furioso de su
prostitución, y los reyes del mundo han fornicado con ella y los comerciantes
del mundo se han enriquecido con su lujo fastuoso.
Oí otra voz celeste que decía: Pueblo mío, salgan de ella,
para no ser cómplice de sus pecados y no sufrir sus castigos. Porque sus
pecados se apilan hasta el cielo, y el Señor tiene en cuenta sus crímenes.
Páguenle en su misma moneda, denle el doble por sus
acciones; la copa en que preparó sus mezclas llénenla el doble; cuanto fue su
derroche y su lujo dénselo de pena y tormento.
Se decía: Tengo un trono de reina; no quedaré viuda ni
pasaré penalidades. Por eso, en un día le llegarán sus plagas: matanza, duelo y
hambre, y la incendiarán; porque el Señor Dios que la condena es poderoso.
Por ella llorarán y harán duelo los reyes del mundo que con
ella fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean el humo de su incendio, y
desde lejos, por miedo a su tormento, dirán: ¡Ay, ay de la Gran Ciudad,
Babilonia la poderosa, que en una hora se cumplió tu sentencia!
Los comerciantes del mundo llorarán y harán duelo por ella,
porque ya nadie compra su mercancía: oro y plata, piedras preciosas y perlas,
lino y púrpura, seda y escarlata, maderas aromáticas, objetos de marfil,
instrumentos de maderas preciosas, de bronce, hierro y mármol, canela y
especias, perfumes, mirra e incienso, vino y aceite, flor de harina y trigo,
vacas y ovejas, caballos, carros, esclavas y esclavos.
La ganancia que codiciabas se te escapó, tu refinamiento y
esplendor los has perdido y no los volverás a encontrar. Los comerciantes en
esos productos, que se enriquecían con ella, se mantendrán a distancia por
miedo a sus tormentos, llorarán y harán duelo diciendo: ¡Ay, ay de la Gran
Ciudad, que se vestía de lino, púrpura y escarlata, que se enjoyaba con oro,
piedras preciosas y perlas! Tanta riqueza arrasada en una hora.
Todos los pilotos y navegantes, marineros y traficantes
marinos se quedarán lejos y, al ver el humo de su incendio, gritarán: ¿Quién
como la Gran Ciudad? Se echarán polvo a la cabeza, llorarán y harán duelo
gritando: ¡Ay, ay de la Gran Ciudad, de cuya abundancia se enriquecían los que
navegan por el mar; que en una hora ha sido arrasada! Alégrense por ella,
cielos, santos y apóstoles y profetas, porque, al condenarla a ella, Dios les
ha hecho justicia.
Después un ángel poderoso levantó una piedra como una rueda
de molino y la arrojó al mar diciendo: Así será arrojada con ímpetu Babilonia,
la Gran Ciudad, y no se la encontrará más. No se escuchará en ti sonido de
cítaras, cantores, flautistas y trompetas; no habrá allí artesanos de ningún
oficio; no se oirá en ti el ruido del molino ni brillará en ti la luz de la
lámpara, ni se oirá en ti la voz del novio y de la novia.
Tus mercaderes eran grandes del mundo, con tus hechicerías
se extraviaron todas las naciones, en ella se derramó la sangre de profetas y
santos y de todos los asesinados en el mundo.
LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO DIECINUEVE
Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el
cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor
Dios nuestro; porque sus juicios son
verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la
tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de
ella.
Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los
siglos de los siglos. Y los veinticuatro
ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios,
que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios
todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la
voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de
grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso
reina!
Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han
llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de
lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas
de los santos.
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son
llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras
verdaderas de Dios.
Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira,
no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el
testimonio de Yahshúa.
Adora a Dios; porque el testimonio de Yahshúa es el
espíritu de la profecía.
Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco,
y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.
Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza
muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.
Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre
es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo,
blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.
De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las
naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del
furor y de la ira del Dios Todopoderoso.
Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre:
REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran
voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y
congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de
capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes
de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes.
Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus
ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su
ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho
delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron
la marca de la bestia, y habían adorado su imagen.
Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego
que arde con azufre.
Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la
boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de
ellos.
LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO VEINTE
Vi a un ángel que descendía del cielo, con la
llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que
es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo
encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones,
hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un
poco de tiempo.
Y vi tronos, y
se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas
de los decapitados por causa del testimonio de Yahshúa y por la palabra de
Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron
la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con El Ungido
mil años.
Pero los otros
muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la
primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera
resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán
sacerdotes de Dios y de El Ungido, y reinarán con él mil años.
Cuando los mil
años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en
los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la
batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.
Y subieron
sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la
ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió.
Y el diablo que
los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia
y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los
siglos.
Y vi un gran
trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la
tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie
ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es
el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban
escritas en los libros, según sus obras.
Y el mar
entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los
muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago
de fuego. Esta es la muerte segunda. Y
el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de
fuego.
LIBRO DE LAS
REVELACIONES.
CAPÍTULO VENTIUNO
Vi un cielo
nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían
desaparecido, el mar ya no existe. Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio.
Oí una voz
potente que salía del trono: Mira la morada de Dios entre los hombres: habitará
con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les secará las
lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo
antiguo ha pasado.
El que estaba
sentado en el trono dijo: Mira, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió:
Escribe, que estas palabras mías son verdaderas y dignas de fe. Y me dijo: Se
terminó. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al sediento le daré
a beber gratuitamente del manantial de la vida.
El vencedor
heredará todo esto. Yo seré su Dios y él será mi hijo.
En cambio, los
cobardes y desconfiados, los depravados y asesinos, los lujuriosos y
hechiceros, los idólatras y embusteros de toda clase tendrán su lote en el foso
de fuego y azufre ardiente –que es la muerte segunda–.
Se acercó uno
de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las últimas plagas y
me habló así: Ven que te enseñaré la novia, la esposa del Cordero.
Me trasladó en
éxtasis a una montaña grande y elevada y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén,
que bajaba del cielo, de Dios, resplandeciente con la gloria de Dios. Brillaba
como piedra preciosa, como jaspe cristalino.
Tenía una
muralla grande y alta, con doce puertas y doce ángeles en las puertas, y
grabados los nombres de las doce tribus de Israel. Al oriente tres puertas, al
norte tres puertas, al sur tres puertas, al occidente tres puertas.
La muralla de
la ciudad tiene doce piedras de cimiento, que llevan los nombres de los doce
apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de medir de oro,
para medir la ciudad y las puertas y la muralla.
La ciudad tiene
un trazado cuadrangular, igual de ancho que de largo. Midió con la caña la
ciudad: doce mil estadios: igual en longitud, anchura y altura. Midió la
muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, en la medida humana que usaba el
ángel.
El aparejo de
la muralla era de jaspe, la ciudad de oro puro, límpido como cristal. Los
cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con piedras preciosas. El
primer cimiento de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el
cuarto de esmeralda, el quinto de ónice, el sexto de cornalina, el séptimo de
crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisopraso,
el undécimo de turquesa, el duodécimo de amatista.
Las doce
puertas son doce perlas, cada puerta una sola perla. Las calles de la ciudad
pavimentadas de oro puro, límpido como cristal.
No vi en ella
templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La
ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la
gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y
los reyes del mundo le llevarán sus riquezas. Sus puertas no se cerrarán de
día. No existirá en ella la noche. Le traerán la riqueza y el esplendor de las
naciones.
No entrará en
ella nada profano, ni depravados ni mentirosos; sólo entrarán los inscritos en
el libro de la vida del Cordero.
LIBRO DE LAS REVELACIONES
CAPÍTULO VENTIDOS
Me
mostró un río de agua viva, brillante como cristal, que brotaba del trono de
Dios y del Cordero. En medio de la plaza y en los márgenes del río crece el
árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y sus hojas
son medicinales para las naciones.
No
habrá allí nada maldito. En ella se encontrará el trono de Dios y del Cordero.
Sus siervos lo adorarán y verán su rostro y llevarán en la frente su nombre. Allí
no habrá noche. No les hará falta luz de lámpara ni luz del sol, porque los
ilumina el Señor Dios,
Me
dijo: Estas palabras son verdaderas y fidedignas. El Señor, Dios de los
espíritus proféticos, envió a su ángel para mostrar a sus siervos lo que ha de
suceder en breve. Mira que llego pronto. Dichoso el que guarde las palabras
proféticas de este libro.
Yo
soy Juan, el que ha oído y visto esto. Al escuchar y mirar, me postré a los
pies del ángel que me lo enseñaba para adorarlo. Pero él me dijo: ¡No lo hagas!
que soy siervo como tú y tus hermanos los profetas y los que guardan las
palabras de este libro.
A
Dios has de adorar. Me añadió: No ocultes las palabras proféticas de este
libro, porque su plazo está próximo. El malvado que siga en su maldad y el
impuro en su impureza, el honrado en su honradez y el santo en su santidad.
Yo
llegaré pronto llevando la paga para dar a cada uno lo que merecen sus obras. Yo
soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin. Dichosos
los que lavan sus vestidos, porque tendrán a su disposición el árbol de la vida
y entrarán por las puertas en la ciudad.
Fuera
quedarán los invertidos, hechiceros, lujuriosos, asesinos, idólatras, los que
aman y practican la mentira. Yo, Yahshúa, envié a mi ángel a ustedes con este
testimonio acerca de las Iglesias. Yo soy el retoño que desciende de David, el
astro brillante de la mañana.
El
Espíritu y la novia dicen: Ven. El que escuche diga: Ven. Quien tenga sed
venga, quien quiera recibirá sin que le cueste nada agua de vida. Yo amonesto a
los que escuchan las palabras proféticas de este libro: Si alguien añade algo,
Dios le añadirá las plagas escritas en este libro. Si alguien quita algo de las
palabras proféticas de este libro, Dios le quitará su participación en el árbol
de la vida y en la Ciudad Santa, que se describen en este libro.
El
que atestigua todo esto dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Yahshúa. La
gracia del Señor Yahshúa esté con todos. Amén.
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