PRIMER LIBRO DE ENOC | CAPÍTULO SETENTA Y UNO

 

En los versos previos Enoc nos dijo que él estaba sentado entre dos regiones, entre el norte y el occidente, allí donde los ángeles habían tomado cuerdas para medir para mí el lugar para los elegidos y los justos.

Pero ahora nos declara que fue tomado y llevado a una región gloriosa, donde todo lo que él puede ver es absolutamente inédito, irreconocible para un ser humano.

Y como veremos, el fuego es un lugar común en ese lugar, pero, a diferencia del infierno, a nadie quema. Como el fuego de la zarza que vio Moisés, que no la consumía.

Acá Enoc ve a alguien que él llama “la Cabeza de los días”, que entendemos que es Dios, el Creador. Esta forma de describir Enoc, tiene coincidencia con la descripción de Daniel cuando dice que vio a un Anciano de días.

Pero, luego, esta Cabeza de los días, junto con los cuatro ángeles que están delante de Dios, Miguel, Gabriel, Rafael y Sariel y miríadas de ángeles le presentan a Enoc a Aquel en el cual reside la justicia, que no es otro sino el Logos encarnado, el Hijo de Dios.

Escuchemos a Enoc


Y ocurrió entonces, que mi espíritu fue trasladado y ascendió a los cielos, y vi a los hijos de Dios. Ellos caminaban sobre llamas de fuego, sus ropas eran blancas, y su cara resplandecía como el cristal.

Vi dos ríos de fuego, la luz de este fuego brillaba como el jacinto, y caí sobre mi rostro ante el Señor de los espíritus.

El ángel Miguel me tomó de la mano derecha, me levantó y me condujo dentro de todos los misterios, y me reveló los secretos de los justos; me reveló los secretos de los límites del cielo, y todos los depósitos de las estrellas, de las luminarias, por donde nacen en presencia de los santos.

Él trasladó mi espíritu dentro del cielo de los cielos, y vi que allí había una edificación de cristal, y entre esos cristales lenguas de fuego vivo. Mi espíritu vio un círculo que rodeaba de fuego esta edificación, y en sus cuatro esquinas había fuentes de fuego vivo.

Alrededor de ella había Serafines, Querubines y Ofanines. Estos son los que no duermen, y vigilan el trono de su gloria. Vi innumerables ángeles, miles y miles, miríadas y miríadas, rodeando esa edificación, y a Miguel, Rafael, Gabriel y Sariel y a una multitud de santos incontable.

Con ellos estaba la Cabeza de los días. Su cabeza era blanca y pura como la lana, y sus vestidos eran indescriptibles.

Caí sobre mi rostro, todo mi cuerpo desmayó, mi espíritu fue trasfigurado, grité con voz fuerte, con espíritu de poder y bendije, alabé y exalté.

Estas bendiciones que salieron de mi boca, fuero consideradas agradables ante esta Cabeza de los días.

Y esta Cabeza de los días vino con Miguel, Gabriel, Rafael y Sariel, y una multitud innumerable de ángeles.

Vino a mí, me saludó con su voz y me dijo:

"Este es el Hijo del Hombre que ha sido engendrado por la justicia. La justicia reside sobre él, y la Cabeza de los días no le abandonará". Me dijo: "Él proclamará sobre ti la paz, en nombre del mundo por venir, porque desde allí ha provenido la paz desde la creación del mundo, y así la paz estará sobre ti para siempre, y por toda la eternidad.

Todo andará por su camino y mientras, la justicia no lo abandonará jamás. Con Él vivirá, con Él su herencia y de Él no será separada nunca, ni por toda la eternidad. Serán muchos días con este Retoño del Hombre, y la paz y el camino correcto serán para los justos en nombre del señor de los espíritus, eternamente.

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