LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SIÓN_PROTOCOLO III

La serpiente simbólica y su significación. Inestabilidad del equilibrio constitucional. Poder y ambición. Charlatanería parlamentaria. Libelos y abuso de poder. Esclavitud económica: los derechos del pueblo. Ejercito de la judío-masonería. El hombre y los derechos del capital. La multitud y la coronación del amo del mundo. Resumen fundamental de los futuros programas de las escuelas masónicas populares. Secreto de la ciencia de la vida social. Inviolabilidad de los judíos. El despotismo de la masonería y el reinado de la razón. La masonería y la revolución francesa. El rey déspota es de la estirpe de sion. La inviolabilidad de la masonería. Papel que desempeñan los agentes secretos de la francmasonería. La libertad.  


Actualmente, nos hallamos muy cerca de lograr nuestro objetivo final. Nos queda por recorrer un pequeño trecho antes que se cierre el círculo de la serpiente, símbolo de nuestro pueblo. Cuando se complete el cerco, quedaran encerrados y atenazados, como por una recia cadena, todos los estados de Europa.

Muy pronto, se habrán de desplomar los pilares de los estados constitucionales que aun quedan en pie; los estamos desequilibrando continuamente para que se vengan abajo. Los gentiles creen que están afianzados solidamente en sus bases nacionales y que el equilibrio de sus países habrá de durar. Pero los jefes de sus estados son disminuidos

por servidores incapaces, habituados a las intrigas y a un terror que jamás cesa. Distanciado de la conciencia de su pueblo, el gobernante no sabe defenderse de intrigantes ávidos de poder.
Le hemos retirado al pueblo el raciocinio, dejándole intacta la fuerza bruta; ni la una ni la otra son significantes ya, como en el caso de un ciego que anda sin lazarillo que lo guíe. Para incitar a los ambiciosos a abusar del poder, lanzaremos unas fuerzas contra las otras, alentando las tendencias extremas a reclamar la independencia. Hemos animado con tal fin todas las inclinaciones, hemos armado a todos los partidos y hemos convertido el poder en el objeto de todas las ambiciones. Hemos transformado todos los estados en arenas en que se desarrollan todas las luchas.
El desorden y la bancarrota aparecen por todas partes. Charlatanes inagotables han transformado las sesiones de los parlamentos y las asambleas gubernativas en torneos oratorios. Periodistas pretenciosos y panfleteros desvergonzados atacan continuamente a los administradores. Los abusos de poder preparan el desplome de instituciones que sucumbirán atropelladas por multitudes enloquecidas.

Los pueblos serán esclavizados con el yugo del pan. La miseria que los habrá de oprimir será mucho mayor que la que conocieron durante el mando de sus antiguos señores; de aquellos ricos podían desatarse de una u otra manera, pero nadie los librara luego de la indigencia absoluta. Los derechos que hemos consignado en las constituciones son ficticios para las masas, no son reales. Todos estos llamados derechos del pueblo no pueden existir sino en la imaginación, pero nunca en la realidad.
¿De que le vale a un proletario, debilitado por el trabajo y oprimido por su triste suerte, que a un charlatán se le conceda el derecho de hablar y a un periodista el de publicar tonterías? El proletariado no recoge más que las migajas que les damos por sus votos para la elección de nuestros agentes. Los derechos republicanos se traducen en una acre ironía para el pobre, cuyo trajín cotidiano no le permite disfrutarlos; al ejercerlos, pierde su salario y empieza a depender de las huelgas, ya sean causadas por los patronos o por sus camaradas.

Dirigido por nosotros, el pueblo destruye a la aristocracia, que es su protectora, porque sus intereses estaban inseparablemente unidos a la prosperidad del pueblo. Después de destruir los privilegios de la nobleza, el pueblo cae inevitablemente en manos de vividores y advenedizos que los oprimen despiadadamente.

Nuestra misión es aparecer como los libertadores del trabajador. Debemos hacerles creer que van a salir de la opresión si ingresan en nuestros ejércitos socialistas, anarquistas y comunistas. Debemos hacerles ver que les ayudamos con espíritu de fraternidad, que estamos animados por esa solidaridad humana que pregona nuestra masonería socialista.

La nobleza, que distribuía el trabajo entre las clases laboriosas, apostaba porque los obreros estuviesen alimentados, sanos y fuertes. Nuestro interés, al contrario, es que los gentiles degeneren. Nuestro poder reside en la hambruna crónica y la impotencia del obrero. Así le sujetaremos mejor a nuestra voluntad, y no habrá de hallar nunca las fuerzas ni la energía para volverse contra nosotros.

Más que el poder real o legal, el hambre le otorga al capital derechos sobre los trabajadores. Manejaremos a las multitudes explotando el odio envidioso que resulta de la miseria. Sirviéndonos de la opresión y las necesidades, remataremos a aquellos que se nos enfrenten. Cuando llegue el momento de coronar a nuestro soberano universal, ese mismo populacho barrera todo obstáculo que pudiera atravesársele en el camino.

Los gentiles han perdido ya la capacidad de reflexionar sobre materias científicas sin nuestra ayuda. De ahí que no adviertan aquello que reservamos para cuando nos llegue el momento: en las escuelas debe enseñarse la primera de todas las ciencias, la ciencia de la vida del hombre y de las condiciones sociales; ambas disciplinas exigen la parcelación del trabajo y, por consiguiente, la ordenación de todo el personal en castas y en clases. Todo el mundo debe entender que, siendo las labores tan disímiles, no puede haber una verdadera igualdad. Es preciso también establecer que quienes comprometan a toda una clase por sus actos tienen, ante la ley, una responsabilidad mayor a la de quienes cometen, por ejemplo, un crimen que comprometa su honor personal.

La verdadera ciencia del ordenamiento social, en cuyos secretos no admitimos a los gentiles, persuadirá a todo el mundo de que tanto el puesto como la ocupación de cada cual deberán estar reservados a castas determinadas. Se evitara, por ende, la frustración que produce en el ser humano una formación irreconciliable con el destino laboral del individuo. Si el pueblo cultivara esta ciencia, se sometería de buena voluntad al orden establecido por ella en el estado vigente. Sin embargo, el populacho, ignorante de la ciencia, acredita ciegamente todo cuanto le damos impreso: engullen los hombres las fantásticas ilusiones que les hemos inculcado y se vuelven enemigos de todas las condiciones que creen superiores a si mismos, sin comprender la trascendencia de las diferentes clases sociales.

Este odio aumentara en virtud al aprieto bursátil que paralizara eventualmente el comercio y la industria. Crearemos una crisis económica general con la ayuda del oro que, casi en su totalidad, esta en nuestro poder. Simultáneamente, echaremos a las calles de toda Europa multitudes de desocupados.

Las masas voluptuosas de sangre, precipitándose sobre todos aquellos que envidiaron desde la infancia, verterán su sangre y, de paso, se darán a saquear sus bienes. A nosotros no nos harán daño porque conoceremos de antemano el momento del ataque y tomaremos medidas para proteger nuestras personas e intereses.

El progreso somete a los gentiles al reino de la razón. Ese habrá de ser nuestro despotismo, que sabrá calmar las agitaciones y suprimir con todo rigor las ideas liberales en nuestras instituciones. Cuando el populacho vea que se le han hecho tantas concesiones en nombre de la libertad, juzgara ser amo y señor y se lanzara sobre el poder. Como un ciego, ira tropezando con mil obstáculos. Luego, por no volver al antiguo régimen, depositara el poder a nuestros pies.
Recordad la revolución francesa, que nosotros llamamos la grande; conocemos como se fraguo porque fue obra nuestra. Desde entonces, hemos llevado a los pueblos de una decepción a la otra, a fin de que renuncien a nosotros mismos en provecho del rey déspota, de la sangre de sion, que estamos preparando para el mundo entero.

Actualmente, somos invulnerables como fuerza internacional porque cuando nos ataca un estado nos defiende otro. La cobardía sin límites de los pueblos cristianos favorece nuestra independencia porque se arrastran delante del poderoso y son inmisericordes con el débil: no tienen piedad con quienes cometen faltas, pero son clementes con quienes perpetran crímenes. No soportan las contradicciones de la libertad ya que, en su indulgencia, se muestran sumisos hasta el martirio ante la violencia de un despotismo audaz: esto favorece nuestra independencia. Los gentiles soportan dichos abusos de manos de sus dictadores actuales, presidentes del consejo y ministros; sin embargo, por tales ofensas hubieran decapitado a veinte reyes.

¿Como explicarse tal fenómeno y tal incoherencia de las masas populares a la luz de acontecimientos que parecen de una misma naturaleza? esa rareza se explica por el hecho de que los déspotas convencen al pueblo, por medio de sus agentes, de que el mal manejo del poder y el consiguiente perjuicio al estado se hace en la consecución del bienestar y la prosperidad del pueblo por la fraternidad, la unión y la igualdad internacional.

Naturalmente, no se habrá de saber que dicha unificación podrá lograrse tan solo bajo nuestro mando. En tanto, observaremos como el populacho condena al inocente y absuelve al culpable, convencido de su libre albedrío. Con tales pensamientos, las multitudes desequilibran la sociedad y el desorden queda asegurado.

La palabra libertad pone a la sociedad en pugna con todos los poderes, ya se trate de la naturaleza o del mismo dios. Por eso, cuando tomemos el poder, excluiremos dicho término del vocabulario humano ya que expresa el principio de brutalidad que transforma a los hombres en bestias. Es verdad que las fieras se amodorran cuando están hartas de sangre, siendo entonces más fácil encadenarlas; mas, si no se les proporciona sangre, en vez de dormitar, riñen

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